El coche retaba a una carrera al mismo elemento que
imponía resistencia en contra de sus avances, volando
hacia las ruinas de la ciudad donde los edificios
mostraban cuán altos podían erguirse. La densa niebla
redujo la visibilidad a un par de metros, además del olor
a mar intensificándose en una carretera recta.
Bajó la velocidad una vez en área urbana: para evitar
atención no deseada, o para que Luna disfrutara de la
claustrofobia producida por la falta de luz solar. Ninguna
palabra más fue enunciada. Mejor, pues la mujer estaba
ocupada tratando de encontrar el peligro que ella sabía
yacía en las sombras o en las plantas. ¡O en los
escombros! Cuantiosos cobijos del mal.

 

Agentes postradas, atentas a esa ventana de
oportunidad para aparecer: sabían de antemano sobre el
periplo. Era una trampa. Traicionaron a este inútil
soberbio. No... Formaba parte de una estrategia muy
compleja para exponer el pasado de Luna. Debía haberlo
visto venir, tan obvio. No caería tan fácilmente. Haber
expresado desacuerdo desde el principio podría salvarla.

 

”¡Ya llegamos!” La voz del compañero puso punto final
a la historia que se estaba contando. Había parado
delante del edificio más tétrico posible en toda la ciudad.
Los escombros ocupaban las anchas calles y las
estructuras luchaban por sobrevivir un día más, pero
este cuadrado lugar permaneció intacto; hasta parecía
artificial, pues las plantas preferían mantenerse alejadas.


”Podría resaltar tantas cosas que no cuadran aquí.”
Comentó ella. El escritor de cuentos estresantes ya
regresó a su puesto de trabajo.


”Por suerte, no es la competición anual de resaltar
cosas que no cuadran.” A su respuesta jocosa, la mujer
desvió la mirada con fastidio.


”Me puedo ir olvidando de convencerte, ¿verdad?”


”Lo mismo te pregunto.” Él carcajeó. En presencia de la
verdad, la boca de la castaña se vaciaba de objeciones.

Una pelea tomaba lugar en los árboles, así sugería el piar alborotado de las aves. Las nubes ocultaban el cielo, una uniforme manta blanca entre éste y las criaturas ancladas al suelo. Luna se sentaba en un trono de herramientas, la mesa baja frente a ella cubierta de torres de placas madre y tarjetas gráficas. Casi transmitía la sensación de que las piezas de tecnología, prohibidas en este lado del lago, eran una parte natural del salón, creciendo en las estanterías como si de girasinsoles se tratara.

    El hombre con el que vivía, aunque cazador, traía 'regalos' de los viejos tiempos para ella, que eran piezas de tecnología, y también libros sobre sus pequeñas entrañas. Ella dejó el objeto de examen, una tarjeta gráfica, sobre su desordenada mesa de trabajo — la que antes era una superficie en la que comer reunidas.
    Un gruñido de la puerta anunciaba que iba a ser abierta, indicando que debía irse la comodidad de la soledad durante los próximos días. Se acercó sin miedo ni prisa. ¿Una vampira infiltrándose en una granja dedicada principalmente a cultivar ajos? Situación improbable.

Como era usual, su compañero entró cargando dos bolsas de carne con conservantes naturales, volviendo tras estar fuera durante un ciclo lunar entero. Aparte de la comida, sus manos estaban vacías: logrando un suspiro de su amiga.


 ”No te pongas mustia. ¡Tengo una sorpresa para ti! Métete en el coche.” Dijo él, regresando afuera y haciendo gestos con la mano para que Luna le siguiera.
Escaneando el vehículo de cerca, se puso el cinturón con resignación. El compañero llevaba a Luna de exploración de vez en cuando, incluso la enseñó a conducir ignorando que solamente las cazadoras tenían permiso: la ley existía bajo los ojos de sus agentes y a ella nunca la vieron conduciendo.


Quedarse dentro de las montañas revestidas de nieve, con los gozos de la protección del ajo y gemas gigantes, era la costumbre de Luna. Mas el hombre tomó un giro de noventa grados, adentrándose en prados desconocidos.
    Las vías del tren que vinculaban las Tierras Lejanas con Hometown, siguiendo el río Perséfone, fueron dejadas atrás. Por primera vez, Luna vio un camino compuesto de pequeñas piedras negras que suavizaban la vibración interna del coche.