De vuelta en el coche, presenciaron cómo las puertas
desaparecían revelando que el mecanismo fue
construido en las paredes de roca. En cuanto las
montañas se quedaron atrás, sus narices fueron
invadidas por el olor a pescado. Una densa niebla
reinaba con el inútil propósito de esconder los edificios
colosales que la punzaban: solemnidad intacta sobre el
blanco, evocando la imagen de guardianas gigantes
protegiendo su tierra. Las carreteras parecían quebrar la
ciudad, no conectarla, y en sus mismas grietas asomaba
la naturaleza, invicta, reclamando lo que la pertenece;
ningún camión olvidado. Ninguna motocicleta o coche
típico, en el rango que la miopía de Luna y la niebla la
permitía percibir.


”Todavía se pone peor.” Su cuerpo se encogió, como si
le faltara el caparazón donde esconderse dentro.
Guardaba infinitas quejas en el depósito.


”¡Muy tarde para echarse atrás!” El hombre contestó
mientras pisaba el acelerador.


”¡Y yo qué dije hace dos minutos!” Ella tenía que
agarrarse a cualquier cosa que se dejase, no solamente
para no perder el equilibrio sino para obtener algo del
necesitado apoyo emocional. No podía empezar a
procesar dónde estaba ni cuántos escenarios
impredecibles esperaban suceder.

Una pelea tomaba lugar en los árboles, así sugería el piar alborotado de las aves. Las nubes ocultaban el cielo, una uniforme manta blanca entre éste y las criaturas ancladas al suelo. Luna se sentaba en un trono de herramientas, la mesa baja frente a ella cubierta de torres de placas madre y tarjetas gráficas. Casi transmitía la sensación de que las piezas de tecnología, prohibidas en este lado del lago, eran una parte natural del salón, creciendo en las estanterías como si de girasinsoles se tratara.

    El hombre con el que vivía, aunque cazador, traía 'regalos' de los viejos tiempos para ella, que eran piezas de tecnología, y también libros sobre sus pequeñas entrañas. Ella dejó el objeto de examen, una tarjeta gráfica, sobre su desordenada mesa de trabajo — la que antes era una superficie en la que comer reunidas.
    Un gruñido de la puerta anunciaba que iba a ser abierta, indicando que debía irse la comodidad de la soledad durante los próximos días. Se acercó sin miedo ni prisa. ¿Una vampira infiltrándose en una granja dedicada principalmente a cultivar ajos? Situación improbable.

Como era usual, su compañero entró cargando dos bolsas de carne con conservantes naturales, volviendo tras estar fuera durante un ciclo lunar entero. Aparte de la comida, sus manos estaban vacías: logrando un suspiro de su amiga.


 ”No te pongas mustia. ¡Tengo una sorpresa para ti! Métete en el coche.” Dijo él, regresando afuera y haciendo gestos con la mano para que Luna le siguiera.
Escaneando el vehículo de cerca, se puso el cinturón con resignación. El compañero llevaba a Luna de exploración de vez en cuando, incluso la enseñó a conducir ignorando que solamente las cazadoras tenían permiso: la ley existía bajo los ojos de sus agentes y a ella nunca la vieron conduciendo.


Quedarse dentro de las montañas revestidas de nieve, con los gozos de la protección del ajo y gemas gigantes, era la costumbre de Luna. Mas el hombre tomó un giro de noventa grados, adentrándose en prados desconocidos.
    Las vías del tren que vinculaban las Tierras Lejanas con Hometown, siguiendo el río Perséfone, fueron dejadas atrás. Por primera vez, Luna vio un camino compuesto de pequeñas piedras negras que suavizaban la vibración interna del coche.