”Tranquila, mujer. Piensas demasiado.”


”Tú no piensas lo suficiente.” Ella replicó, dejando el
asiento pero quedándose cerca del vehículo.


”Mis compañeras y yo somos visitas asiduas. Todos los
regalos vienen de aquí. ¿Te va a dar miedo ahora, que
nuestra casa esconde un museo de tecnología?”


”No son los fantasmas los que me preocupan.”


La imponente figura de Luna se alzaba sobre el
hombre cuando éste la agarró de los hombros. ”Confía en
mí. No te habría traído si dudase de la seguridad.”
Imploró mirando a esa expresión ordinaria.
Luna le echó un vistazo al misterioso entorno antes de
responder.


”Igual no es tan segura y estaban esperando al
momento oportuno para atacar.” El hombre zarandeó los
brazos dramáticamente mientras caminaba hacia una de
las palancas, exhalando en un intento de romper la
resistencia de ella con la vibración del sonoro suspiro.
”¡Dime si no es posible!”


”¿Quién espera? Venga, dame un respiro. Abre la
puerta. ¿Sabes? Las personas en su lecho de muerte se
arrepienten de las cosas que no hicieron.”
”Si vivimos para llegar al lecho de muerte.” Luna siguió
con sus refutaciones mientras tiraba de la condenada
palanca.


”Ricura, estarás con tus queridas fruslerías antes de
que te des cuenta.” Su compañero rió al tirar de la otra
condenada palanca, negándose a dejar ese
comportamiento despectivo atrás junto a los ajos.

Una pelea tomaba lugar en los árboles, así sugería el piar alborotado de las aves. Las nubes ocultaban el cielo, una uniforme manta blanca entre éste y las criaturas ancladas al suelo. Luna se sentaba en un trono de herramientas, la mesa baja frente a ella cubierta de torres de placas madre y tarjetas gráficas. Casi transmitía la sensación de que las piezas de tecnología, prohibidas en este lado del lago, eran una parte natural del salón, creciendo en las estanterías como si de girasinsoles se tratara.

    El hombre con el que vivía, aunque cazador, traía 'regalos' de los viejos tiempos para ella, que eran piezas de tecnología, y también libros sobre sus pequeñas entrañas. Ella dejó el objeto de examen, una tarjeta gráfica, sobre su desordenada mesa de trabajo — la que antes era una superficie en la que comer reunidas.
    Un gruñido de la puerta anunciaba que iba a ser abierta, indicando que debía irse la comodidad de la soledad durante los próximos días. Se acercó sin miedo ni prisa. ¿Una vampira infiltrándose en una granja dedicada principalmente a cultivar ajos? Situación improbable.

Como era usual, su compañero entró cargando dos bolsas de carne con conservantes naturales, volviendo tras estar fuera durante un ciclo lunar entero. Aparte de la comida, sus manos estaban vacías: logrando un suspiro de su amiga.


 ”No te pongas mustia. ¡Tengo una sorpresa para ti! Métete en el coche.” Dijo él, regresando afuera y haciendo gestos con la mano para que Luna le siguiera.
Escaneando el vehículo de cerca, se puso el cinturón con resignación. El compañero llevaba a Luna de exploración de vez en cuando, incluso la enseñó a conducir ignorando que solamente las cazadoras tenían permiso: la ley existía bajo los ojos de sus agentes y a ella nunca la vieron conduciendo.


Quedarse dentro de las montañas revestidas de nieve, con los gozos de la protección del ajo y gemas gigantes, era la costumbre de Luna. Mas el hombre tomó un giro de noventa grados, adentrándose en prados desconocidos.
    Las vías del tren que vinculaban las Tierras Lejanas con Hometown, siguiendo el río Perséfone, fueron dejadas atrás. Por primera vez, Luna vio un camino compuesto de pequeñas piedras negras que suavizaban la vibración interna del coche.