Cuanto más adentro de las montañas, más se
oscurecía el cielo; vegetación escondiendo la piedra, aire
cargado. En sus caras brillaban gotas de condensación.

 

El amistoso dúo encontró un colosal portón, el cual
parecía bloquear el firmamento desde ese punto. Piezas
de antigua tecnología se apilaron para crear sus puertas,
y las plantas a los lados contribuían a la noción de ser
ignoradas por todas menos la naturaleza. Este ambiente
tan estremecedor absorbía a Luna a tal grado que la
distrajo del elemento más insólito: estaba encendida,
conectada a una red eléctrica.


”¡Guarda algo de fascinación para luego, querida
amiga! La mejor parte espera más adelante.” Este
desbordante entusiasmo era inusual hasta viniendo de
él.


”¿Qué? No deberíamos dar ni un paso más. Esto no me
gusta nada.” Luna protestó con una estoica mirada y
brazos cruzados, lo que preocupó con moderación al
hombre en escena. Su especie no era conocida por
escuchar a la voz de la razón, confiar en la intuición de
una bruja o simplemente usar la lógica en lo más
mínimo; sea la causa que fuere la que incitó a Luna a
estar en contra de su idea, se perdió en el cerebro
masculino. Él salió del coche.


”No seas mula, venga. Tienes que tirar de una palanca.”


”¿Por qué tiene un mecanismo operativo para abrirla?
Si alguien se tomó tanta molestia de construir semejante
barbaridad, ¿por qué no sellarla?” Como ella no era difícil
de convencer, presentó argumentos de peso para zanjar
el tema cuanto antes. Incluso los sentimientos más
primarios, los que aconsejan fuertemente en contra de
alguna acción, eran desechados en nombre de la paz.

Una pelea tomaba lugar en los árboles, así sugería el piar alborotado de las aves. Las nubes ocultaban el cielo, una uniforme manta blanca entre éste y las criaturas ancladas al suelo. Luna se sentaba en un trono de herramientas, la mesa baja frente a ella cubierta de torres de placas madre y tarjetas gráficas. Casi transmitía la sensación de que las piezas de tecnología, prohibidas en este lado del lago, eran una parte natural del salón, creciendo en las estanterías como si de girasinsoles se tratara.

    El hombre con el que vivía, aunque cazador, traía 'regalos' de los viejos tiempos para ella, que eran piezas de tecnología, y también libros sobre sus pequeñas entrañas. Ella dejó el objeto de examen, una tarjeta gráfica, sobre su desordenada mesa de trabajo — la que antes era una superficie en la que comer reunidas.
    Un gruñido de la puerta anunciaba que iba a ser abierta, indicando que debía irse la comodidad de la soledad durante los próximos días. Se acercó sin miedo ni prisa. ¿Una vampira infiltrándose en una granja dedicada principalmente a cultivar ajos? Situación improbable.

Como era usual, su compañero entró cargando dos bolsas de carne con conservantes naturales, volviendo tras estar fuera durante un ciclo lunar entero. Aparte de la comida, sus manos estaban vacías: logrando un suspiro de su amiga.


 ”No te pongas mustia. ¡Tengo una sorpresa para ti! Métete en el coche.” Dijo él, regresando afuera y haciendo gestos con la mano para que Luna le siguiera.
Escaneando el vehículo de cerca, se puso el cinturón con resignación. El compañero llevaba a Luna de exploración de vez en cuando, incluso la enseñó a conducir ignorando que solamente las cazadoras tenían permiso: la ley existía bajo los ojos de sus agentes y a ella nunca la vieron conduciendo.


Quedarse dentro de las montañas revestidas de nieve, con los gozos de la protección del ajo y gemas gigantes, era la costumbre de Luna. Mas el hombre tomó un giro de noventa grados, adentrándose en prados desconocidos.
    Las vías del tren que vinculaban las Tierras Lejanas con Hometown, siguiendo el río Perséfone, fueron dejadas atrás. Por primera vez, Luna vio un camino compuesto de pequeñas piedras negras que suavizaban la vibración interna del coche.