”Vale, te escucho.”


”¡Genial!” Sin vergüenza de expresar su felicidad, él
hizo un pequeño baile. ”Gracias al equipo de caza,
conseguí que estuviese decente más deprisa. Nos
quedamos desde la menguante hasta el cuarto creciente.
Esta última semana cacé para ellas a modo de
agradecimiento. Fácil no fue, créeme. Pero valió la pena.
¡Es el lugar perfecto para venir de vacaciones!”


”Para pasar unos días sí que está bien...” La decisión
tenía que tomarse en un instante. Luna inhaló. ”Cuando
parezca una casa real, me vale.” Respondió antes de que
su cerebro pensara, dejando así ninguna oportunidad a
escenarios imaginarios catastróficos. Esta vez.


”¡Claro! Es tan triste verte ahí encerrada en la granja,
me honra —”


”¡Manos arriba!” Un grito rompió la paz. Los ojos de
Luna se empañaron, moviéndose sin destino: ¿mirar a su
compañero o buscar a la amenaza? ”¡AHORA!” Ella
obedeció. Su sensatez recomendó seguir instrucciones
para la posibilidad de negociar.


”¿Qué quieres de nosotras?” Preguntó el camarada.


”Vuestra carne humana.” Un individuo de aspecto
licántropo y cara enmascarada saltó del edificio
adyacente — acercándose lenta pero inexorablemente.


”¡Ven a por ella!” El hombre provocó al lobo con su
expresión corporal.


”¡¿A ti qué te pasa?!” Ella susurró, el pánico crecía con
cada respiro.

 

”Te estoy dando la oportunidad de vivir.” Él empujó a
Luna — intentó empujarla. El fracaso originaba en el
prominente físico de ella. Semejante cuadro debió
despertar gran interés en la aberración, ya que se
tomaba con calma su aproximación.


”Ofrece otra cosa.” Luna propuso, encontrando
razonamiento entre pensamientos calamitosos y
músculos temblorosos.


”No.” El lobo, con su característico oído fino, oyó los
murmullos y se negó: negocio finalizado.

Una pelea tomaba lugar en los árboles, así sugería el piar alborotado de las aves. Las nubes ocultaban el cielo, una uniforme manta blanca entre éste y las criaturas ancladas al suelo. Luna se sentaba en un trono de herramientas, la mesa baja frente a ella cubierta de torres de placas madre y tarjetas gráficas. Casi transmitía la sensación de que las piezas de tecnología, prohibidas en este lado del lago, eran una parte natural del salón, creciendo en las estanterías como si de girasinsoles se tratara.

    El hombre con el que vivía, aunque cazador, traía 'regalos' de los viejos tiempos para ella, que eran piezas de tecnología, y también libros sobre sus pequeñas entrañas. Ella dejó el objeto de examen, una tarjeta gráfica, sobre su desordenada mesa de trabajo — la que antes era una superficie en la que comer reunidas.
    Un gruñido de la puerta anunciaba que iba a ser abierta, indicando que debía irse la comodidad de la soledad durante los próximos días. Se acercó sin miedo ni prisa. ¿Una vampira infiltrándose en una granja dedicada principalmente a cultivar ajos? Situación improbable.

Como era usual, su compañero entró cargando dos bolsas de carne con conservantes naturales, volviendo tras estar fuera durante un ciclo lunar entero. Aparte de la comida, sus manos estaban vacías: logrando un suspiro de su amiga.


 ”No te pongas mustia. ¡Tengo una sorpresa para ti! Métete en el coche.” Dijo él, regresando afuera y haciendo gestos con la mano para que Luna le siguiera.
Escaneando el vehículo de cerca, se puso el cinturón con resignación. El compañero llevaba a Luna de exploración de vez en cuando, incluso la enseñó a conducir ignorando que solamente las cazadoras tenían permiso: la ley existía bajo los ojos de sus agentes y a ella nunca la vieron conduciendo.


Quedarse dentro de las montañas revestidas de nieve, con los gozos de la protección del ajo y gemas gigantes, era la costumbre de Luna. Mas el hombre tomó un giro de noventa grados, adentrándose en prados desconocidos.
    Las vías del tren que vinculaban las Tierras Lejanas con Hometown, siguiendo el río Perséfone, fueron dejadas atrás. Por primera vez, Luna vio un camino compuesto de pequeñas piedras negras que suavizaban la vibración interna del coche.