Tras entrar en el ataúd más grande que existía — el
tétrico edificio — pruebas de haber dado cobijo a
humanas o criaturas sobrenaturales escaseaban; se
encontraban en una caja de cemento vacía. Sin paredes
separando viviendas, ni restos de muebles.
Sólo dos considerables aberturas: una que conectaba al
edificio adyacente, la otra parcialmente cubierta por una
cuesta de otra calle. Tal vez era una trampa, después de
todo.


”Bienvenida a nuestra nueva casa.” El hombre reveló
con los brazos extendidos en el vacío.


”¿Nuestra qué?”


”Es de asumir que te diste cuenta de mi ausencia
durante este largo periodo.” El cambio de tema falló en
cambiar la expresión sorprendida de Luna.


”Bastante inusual, sí. Dos días más y habría tenido
agentes llamando a la puerta con una notificación de
desalojo en mano.” Tema bienvenido gracias a la
curiosidad de ella.


”¡Limpiando estaba este tugurio! Y ensayando la
presentación, pero ahí seguía cojeando. Marnie tenía
razón, su idea era mejor.” Marnie, agente de la ley:
prefería proteger personas en Hometown a los vegetales.
De morena piel, negros rizos y delicadas facciones, Luna
se hallaba encantada y sin palabras frente a ella. Si
alguien de tan alta inteligencia no se oponía, el recinto
era seguro. Mientras hablaba por ella el silencio, él
sonreía con satisfacción alzando una ceja, ojos en el
punto débil expuesto. ”Ella lo propuso.” Tocada y
hundida. Avieso, sabía qué palabras elegir para tentar a
Luna. Ella no tenía intenciones de preguntar a Marnie a
sus espaldas para confirmar la veracidad de esta
precipitada afirmación.

Una pelea tomaba lugar en los árboles, así sugería el piar alborotado de las aves. Las nubes ocultaban el cielo, una uniforme manta blanca entre éste y las criaturas ancladas al suelo. Luna se sentaba en un trono de herramientas, la mesa baja frente a ella cubierta de torres de placas madre y tarjetas gráficas. Casi transmitía la sensación de que las piezas de tecnología, prohibidas en este lado del lago, eran una parte natural del salón, creciendo en las estanterías como si de girasinsoles se tratara.

    El hombre con el que vivía, aunque cazador, traía 'regalos' de los viejos tiempos para ella, que eran piezas de tecnología, y también libros sobre sus pequeñas entrañas. Ella dejó el objeto de examen, una tarjeta gráfica, sobre su desordenada mesa de trabajo — la que antes era una superficie en la que comer reunidas.
    Un gruñido de la puerta anunciaba que iba a ser abierta, indicando que debía irse la comodidad de la soledad durante los próximos días. Se acercó sin miedo ni prisa. ¿Una vampira infiltrándose en una granja dedicada principalmente a cultivar ajos? Situación improbable.

Como era usual, su compañero entró cargando dos bolsas de carne con conservantes naturales, volviendo tras estar fuera durante un ciclo lunar entero. Aparte de la comida, sus manos estaban vacías: logrando un suspiro de su amiga.


 ”No te pongas mustia. ¡Tengo una sorpresa para ti! Métete en el coche.” Dijo él, regresando afuera y haciendo gestos con la mano para que Luna le siguiera.
Escaneando el vehículo de cerca, se puso el cinturón con resignación. El compañero llevaba a Luna de exploración de vez en cuando, incluso la enseñó a conducir ignorando que solamente las cazadoras tenían permiso: la ley existía bajo los ojos de sus agentes y a ella nunca la vieron conduciendo.


Quedarse dentro de las montañas revestidas de nieve, con los gozos de la protección del ajo y gemas gigantes, era la costumbre de Luna. Mas el hombre tomó un giro de noventa grados, adentrándose en prados desconocidos.
    Las vías del tren que vinculaban las Tierras Lejanas con Hometown, siguiendo el río Perséfone, fueron dejadas atrás. Por primera vez, Luna vio un camino compuesto de pequeñas piedras negras que suavizaban la vibración interna del coche.