”Pues hala.” El aliado cargó contra la bestia. En esta
ocasión, las piernas de Luna tomaron la decisión,
corriendo al coche sin duda ni pausa. ”¡Huye!” Llaves en
el contacto. Podrían huir en cuanto él subiese, solo tenía
que salir inmediatamente. Luna ni se molestó en mirar el
entorno para comprobar si venían en manada —
enfocada en él, nada más. ”¡Vete!” Los segundos pasaron
con pereza, rechazando convertirse en un minuto. Sus
ojos clavados en el volante, sin ver. Golpes y gruñidos de
dolor llenaron el cementerio de un pasado alboroto
metropolitano. ”¡SAL DE AQUÍ!” Eran gritos urgentes
ahora; el viento arrastraba el mensaje a lo largo y ancho
del barrio en ruinas. Pero ella no podía. No sin él. Su
mano izquierda preparada para empezar a conducir, la
derecha sujetando la llave. ”¡LUNA!” Ese tono de voz
activó una alarma.

 

Sin esperar más, arrancó el coche y pisó el acelerador,
volviendo por la misma ruta que él siguió. Poco después,
se giró para ver al engendro corriendo hacia ella. Pelaje
blanco teñido de sangre, un mensaje aterrador. Sólo
quedaba la esperanza de que una pequeña fracción fuera
humana.
Guiada por la Luna llena iluminando el camino de
regreso, no tenía capacidad emocional para
pensamientos acusatorios. Nada de crear escenarios
donde ella le encuentra y se declara ganadora de la
discusión anterior, exclamando con el pecho lleno de ego
'¡Te lo dije!' Lejos de ello.


El viento trataba de limpiar su cara pero las lágrimas
continuaban cayendo. Por mucho que lo apretara, el
volante no ofrecía consuelo. Tenía que seguir
conduciendo, seguir moviéndose. Si parara, si pensara
por un momento... se vendría abajo por completo. Con
ese comportamiento tan horrible que tuvo desde que
llegó su compañero: él, tan ilusionado por mostrarle el
proyecto en el que estuvo trabajando. Ella, tan distante y
oponiéndose. Tanta oposición fue aplaudida por el
desenlace, pero su conciencia defendía que podría haber
sido más suave al expresarlas. El miedo controló sus
palabras y ahora la ahogaba la culpa. El asiento vacío a
su lado aumentaba esos sentimientos: era su primera vez
conduciendo sola, un pensamiento apuñalador.

 

Cada vez que volvía su compañero, aparcaba el coche
en el mismo sitio. Y así lo hizo ella: en el lado derecho de
la casa, opuesto al garaje. ”¡Tiene mal feng shui!” Le
imitó. Esa pequeña conexión brindó un pequeño alivio.
En un día normal tras sus horas de aventuras, ella iba
directa a tumbarse en el sofá a leer sobre hardware o
trastear con su último juguete. No se cansaba de esas
nuevas vistas y distintos aires, mas su momento favorito
era abrir la puerta después de estar horas fuera. Ahora
olía a casa ajena.


Bajo la luz de la vela, subió al segundo piso. La
habitación de su compañero. Llena de tecnología que ella
descartó, aún así vacía de una manera dolorosamente
irónica. Todas las esquinas con chatarra, podría
confundirse con un cuchitril abandonado de la casa.
¿Dónde estaban las pertenencias de él? ¿Qué hacía en su
tiempo libre? Cerrando las manos en puños, se dirigió a
su cuarto.
Al sentarse en la cama, combatió las peores teorías
una a una. Ella blandía la espada del beneficio de la
duda, diciendo que era pronto para asumir lo peor.
Primer enemigo abatido. Puede que saliese vivo, ella
rebatió. Su próximo enemigo cambió de idea: Sí, hay
posibilidades ya que el lobo fue a por ella. Este
pensamiento la calmó temporalmente. Justo antes de
dormir la daban sobresaltos, pero logró descansar unas
pocas horas.

Una pelea tomaba lugar en los árboles, así sugería el piar alborotado de las aves. Las nubes ocultaban el cielo, una uniforme manta blanca entre éste y las criaturas ancladas al suelo. Luna se sentaba en un trono de herramientas, la mesa baja frente a ella cubierta de torres de placas madre y tarjetas gráficas. Casi transmitía la sensación de que las piezas de tecnología, prohibidas en este lado del lago, eran una parte natural del salón, creciendo en las estanterías como si de girasinsoles se tratara.

    El hombre con el que vivía, aunque cazador, traía 'regalos' de los viejos tiempos para ella, que eran piezas de tecnología, y también libros sobre sus pequeñas entrañas. Ella dejó el objeto de examen, una tarjeta gráfica, sobre su desordenada mesa de trabajo — la que antes era una superficie en la que comer reunidas.
    Un gruñido de la puerta anunciaba que iba a ser abierta, indicando que debía irse la comodidad de la soledad durante los próximos días. Se acercó sin miedo ni prisa. ¿Una vampira infiltrándose en una granja dedicada principalmente a cultivar ajos? Situación improbable.

Como era usual, su compañero entró cargando dos bolsas de carne con conservantes naturales, volviendo tras estar fuera durante un ciclo lunar entero. Aparte de la comida, sus manos estaban vacías: logrando un suspiro de su amiga.


 ”No te pongas mustia. ¡Tengo una sorpresa para ti! Métete en el coche.” Dijo él, regresando afuera y haciendo gestos con la mano para que Luna le siguiera.
Escaneando el vehículo de cerca, se puso el cinturón con resignación. El compañero llevaba a Luna de exploración de vez en cuando, incluso la enseñó a conducir ignorando que solamente las cazadoras tenían permiso: la ley existía bajo los ojos de sus agentes y a ella nunca la vieron conduciendo.


Quedarse dentro de las montañas revestidas de nieve, con los gozos de la protección del ajo y gemas gigantes, era la costumbre de Luna. Mas el hombre tomó un giro de noventa grados, adentrándose en prados desconocidos.
    Las vías del tren que vinculaban las Tierras Lejanas con Hometown, siguiendo el río Perséfone, fueron dejadas atrás. Por primera vez, Luna vio un camino compuesto de pequeñas piedras negras que suavizaban la vibración interna del coche.