NO DEBERÍA
PODER VER ESTO
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”Igual no es tan segura y estaban esperando al
momento oportuno para atacar.” El hombre zarandeó los
brazos dramáticamente mientras caminaba hacia una de
las palancas, exhalando en un intento de romper la
resistencia de ella con la vibración del sonoro suspiro.
”¡Dime si no es posible!”
”¿Quién espera? Venga, dame un respiro. Abre la
puerta. ¿Sabes? Las personas en su lecho de muerte se
arrepienten de las cosas que no hicieron.”
”Si vivimos para llegar al lecho de muerte.” Luna siguió
con sus refutaciones mientras tiraba de la condenada
palanca.
”Ricura, estarás con tus queridas fruslerías antes de
que te des cuenta.” Su compañero rió al tirar de la otra
condenada palanca, negándose a dejar ese
comportamiento despectivo atrás junto a los ajos.
De vuelta en el coche, presenciaron cómo las puertas
desaparecían revelando que el mecanismo fue
construido en las paredes de roca. En cuanto las
montañas se quedaron atrás, sus narices fueron
invadidas por el olor a pescado. Una densa niebla
reinaba con el inútil propósito de esconder los edificios
colosales que la punzaban: solemnidad intacta sobre el
blanco, evocando la imagen de guardianas gigantes
protegiendo su tierra. Las carreteras parecían quebrar la
ciudad, no conectarla, y en sus mismas grietas asomaba
la naturaleza, invicta, reclamando lo que la pertenece;
ningún camión olvidado. Ninguna motocicleta o coche
típico, en el rango que la miopía de Luna y la niebla la
permitía percibir.
”Todavía se pone peor.” Su cuerpo se encogió, como si
le faltara el caparazón donde esconderse dentro.
Guardaba infinitas quejas en el depósito.
”¡Muy tarde para echarse atrás!” El hombre contestó
mientras pisaba el acelerador.