NO DEBERÍA
PODER VER ESTO
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La pareja más alejada de
ella era la última incorporación en las Tierras Lejanas. Si
había amor en algún lugar de los terrenos agrícolas, se
hallaba en su casa. También podría ser que su amistad
era buenísima.
Una mujer llamada Vanessa, de unos setenta años, se
sentó en frente de la pareja. Era la vecina más cercana de
Luna. Una vida dedicada a la herbología, ganándose así
la extraordinaria autorización para vivir sola.
De amable corazón, la mujer era paciente y la razón por
la que Luna conocía algunos cuidados básicos de plantas,
conocimiento compartido mediante minuciosas cartas. A
menudo intercambiaban cestas de cosecha, y los
tomates de la novata al final ganaron la aprobación de la
experta.
En un asiento próximo a Luna, lo suficientemente lejos
para evitar provocar incomodidad, se hallaba una chica
de nombre desconocido, cabello rubio corto y
desordenado. Pura determinación, según su compañero.
Se unió al equipo de caza hace tres ciclos lunares,
convirtiéndose en la mejor de la profesión en tan poco
tiempo. Ganas no la faltaban a la alta mujer de
preguntarle sobre los viajes a la ciudad, saber si era otra
cómplice.
Las pasajeras de los otros vagones se escondían tras
caras borrosas, así que Luna las prestó atención nula.
Compartían una cosa en común: sus ojos se mantenían
clavados al suelo o a sus propias manos. No por la
espeluznante imagen de los edificios saliendo de la
niebla al otro lado del lago Fortezza Dei Sogni. El temor
plagaba sus supersticiosas mentes por las posibles
consecuencias de pensar en la vida al otro lado del lago.