NO DEBERÍA
PODER VER ESTO
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Comprobó la hora en un pequeño reloj de mesa, regalo
de su madre — los relojes, además de un número
limitado de aparatos mecánicos, estaban permitidos y
funcionaban con luz solar. Media hora hasta que partiera
el tren.
Sin maleta y llevando la ropa de ayer, Luna caminó
hacia la estación dando pasos cortos. En Hometown,
todas las habitantes debían llevar un uniforme para
ejercer acciones cotidianas, uno asignado a cada día de la
semana; lo que significa que podría llevarse una sanción
por presentarse sin el uniforme del día — mas no estaba
en el estado mental que la infundía miedo por no acatar
esa ley.
Con viajes gratis para residentes, esta simple y efectiva
estación fue construida para que la población granjera la
tuviera tan cerca de casa como era posible. La estructura
de madera era espaciosa, apoyada en pilares de un
amalgama de piedras preciosas. Gozaba además de un
techo de metal que, en verano, convertía el tiempo de
espera en una simulación de barbacoa: cualquiera
empatizaba con los chorizos y las morcillas. Al menos
había más asientos que posibles pasajeras, así que el
agobio se podía soportar sin empeorarle el momento a
nadie.
Luna llegó antes que el tren, uniéndose al silencio
usual del grupo. Las personas elegidas para vivir en los
campos se conocían a estas alturas, mas la atmósfera
sugería desinterés en conversaciones banales y era
disfrutada por todas.
Una vez se subió al tren, la alta mujer eligió un sitio sin
mirar a nadie. Influenciada por las nuevas emociones y la
severa falta de sueño, Luna reunió suficiente valor para
dejar de hacerse la desinteresada y mirar quién subió al
tren en un día tan ordinario.